sábado, 31 de octubre de 2009

La Influencia de Un Hombre de Dios



(Extracto de Conferencia)
Por Jim George

Nuestro prójimo mas cercano es nuestra propia esposa. Ella es la principal relación humana de nuestra vida. Un perfecto ejemplo de amor no sacrificial es tener una mala comunicación con ella, no decirle que la amas. Recuerdas como eras cuando eran novios y como te esforzabas? Que ha pasado contigo? Sabes que la comunicación requiere un esfuerzo: no es algo que viene solo.


Se ha calculado que el promedio de conversación de una pareja de hoy es solamente de 15 minutos al día! Cuanto han hablado ustedes hoy? Debemos identificar detalles de nuestra comunicación como el tono de nuestra voz cuando le hablamos a nuestra esposa o le pedimos algo. Talvez sea ofensivo para ella. Revisa bien. Tu eres líder, no dictador.



Escogemos hacer las cosas que consideramos importantes. Cuando no leemos la Biblia estamos decidiendo no pedir ayuda a Dios. Esto es algo que debería aterrarnos.
Orar con tu esposa por los temas de su vida es una forma de liderazgo. Nunca podrás influenciarla si no sabes sobre sus cosas.



1Ped3:7 “Y vosotros, maridos, igualmente, convivid de manera comprensiva con vuestras mujeres, como con un vaso más frágil, puesto que es mujer...” Igualmente? Porqué Pedro usa esta palabra? Porque lo anterior que él ha dicho es que la mujer debe estar sometida a su marido. Esa parte nos encanta, pero igualmente se nos ordena a nosotros a vivir de manera comprensiva con ellas porque tu mujer es coheredera de la gracia de la vida, y la advertencia de desobedecer esta responsabilidad tuya es muy seria: para que tus oraciones no sean estorbadas.

viernes, 30 de octubre de 2009

pREOcupaCiOnES..!


¿Quieres ahogar tus preocupaciones? Entonces ve y zambúllete en lo más profundo del mar de la contemplacion Cristo; piérdete en su inmensidad; y saldrás de allí como si te levantarás de un lecho de descanso, renovado y fortalecido.

jueves, 29 de octubre de 2009

Tormenta En El Desierto


“ . . . Aún así, medio rechazado y casi exiliado, a Juan (el bautista) no se lo podía ignorar. Él no pasaba desapercibido. Tampoco su discurso.


Juan constituía una verdadera amenaza. Los líderes eclesiásticos se sentían amenazados. La comunidad que seguía a esos líderes se sentía amenazada. Los políticos se sentían intimidados. El gobernante más poderoso se sintió tan amenazado, que mandó a matar a Juan. ¡Pobres! Cuando alguien se siente amenazado de ese modo es porque percibe endeble el suelo en el que se ha parado; le falta seguridad y solidez a lo que cree. Por eso Juan no era bienvenido en la comunidad eclesiástica. No porque fuera un «hereje», sino porque no encontraban «verdad» para argumentar en su contra. Fue por eso que lo mandaron a matar, porque su dedo señalaba el pecado y era capaz de iniciar una revolución en la Iglesia y en el gobierno. ¡Eso es una tormenta!


Un maestro no es problema. Un maestro no constituye un problema mientras se encuentre solo. Pero un maestro con seguidores puede resultar una verdadera amenaza, y más aún cuando dice la verdad. Juan iba en esa dirección. Ya era maestro y ya tenía seguidores; el siguiente paso, pensaban las pobres mentes del liderazgo, era una revolución. Un maestro así representa una tormenta.


Lo llamo «La tormenta» porque la meteorología nos dice que la ley básica de una tormenta es que continúa hasta que el desequilibrio que la provocó se equilibre. Y así era Juan, un tipo desequilibrado y un desestabilizador. La falta de autenticidad en la vida espiritual de las personas lo había desequilibrado provocando que se gestara una tormenta que no cesó hasta que llegó aquel que estabiliza todas las cosas.


Juan tenía corazón de revolucionario. No creas que la nobleza y la actitud gentil eran naturales en su personalidad de espiga punzante. Juan no esperaba a Jesús como cordero inocente, él aguardaba a Jesús como el líder de una revolución política y social. Él pensaba que su primo iba a cambiar las cosas con la espada, no con el corazón. Pero igual Juan cambió las cosas, agitó el ambiente, preparó el terreno para su primito.


Era un extraño personaje nuestro Juan. Nunca pudo ajustarse a las normas populares de un estilo de vida que trocaba la expresión personal por la adaptación a un molde sutilmente impuesto por el liderazgo político y eclesiástico de esos días.
Resultaba fascinante ver a alguien hablando de Dios sin parecerse a las personas que comúnmente hablaban de Dios. Había que verlo. Había que oírlo.


Aún los que se acercaban a oír para luego criticarlo tenían problemas para conciliar el sueño por la noche. Ahora la tormenta los había alcanzado. Sus corazones latían al borde del pecho con el eco de las afiladas palabras que habían acusado a la conciencia de estos sepulcros blanqueados de pulidas apariencias externas y con normas de éxito, desempeño y ejecución.


Juan me recuerda a mi profeta preferido, si acaso se nos permiten preferencias. Dios envía a Ezequiel a dar palabra a Israel. Y le dice repetidamente que lo manda a hablarle a personas que parecen no haber entendido porque su corazón es empedernido. Y Dios, con esa forma tan peculiar que tiene de fluir a través de este profeta original y colorido, le comunica a Ezequiel que no se preocupe, que él sabe que la casa de Israel no lo va a escuchar, pero que lo manda para que sepan que hubo profeta entre ellos.


Y así era Juan. La gente lo escuchaba, pero tenía que ignorarlo. De todos modos no importaba, todos sabían que había profeta entre ellos.


Ojalá que en tu iglesia sepan que estás tú. Ojalá que tus amigos cristianos sepan que estás tú. Tal vez hagan como que no te escuchan, pero sabrán que estuviste ahí.”

Por: J. Zapata

miércoles, 28 de octubre de 2009

El Unico



La médula de todo Cristianismo es nuestra relación con Cristo. La salvación empieza con Él, nuestra santificación progresa con Él, y nuestra glorificación termina con Él. Él es la razón de nuestro ser, y por eso, Él nos es más valioso que nadie o que nada.

 

martes, 27 de octubre de 2009

Dame todas tus mañanas


El Señor se le apareció a Abraham un día y le dio un mandato increíble: “Vete de tu tierra y de tu parentela, y de la casa de tu padre, a la tierra que te mostraré.” (Génesis 12:1).

Qué cosa asombrosa. De repente, Dios escogió a un hombre y le dijo, “Quiero que te levantes y te vayas, dejando todo atrás: tu casa, tus parientes, aún tu país. Quiero enviarte a algún lugar, y te dirigiré por el camino para que llegues allí.”

¿Cómo respondió Abraham a ésta palabra increíble del Señor? “Por la fe Abraham, siendo llamado, obedeció para salir al lugar que había de recibir como herencia; y salió sin saber a dónde iba.” (Hebreos 11:8).

¿Qué estaba haciendo Dios? ¿Por qué buscaría entre las naciones a un hombre, y luego le pediría que lo abandone todo y se vaya en un viaje sin ningún mapa, sin dirección preconcebida, sin saber cual era el destino? Piense en lo que Dios le estaba pidiendo a Abraham. El nunca le mostró cómo iba a alimentar y cuidar de su familia. El no le dijo qué tan lejos tendría que ir ni cuando él llegaría a su destino. El sólo le dijo dos cosas en el principio: “Ve”, y, “Te mostraré el camino”

En esencia, Dios le dijo a Abraham, “Desde éste día en adelante, quiero que me entregues todos tus mañanas. Tú vivirás el resto de tu vida poniendo tu futuro en mis manos, día tras día. Te estoy pidiendo que comprometas tu vida a una promesa que te estoy haciendo a ti, Abraham. Si tú te comprometes a hacer esto, te bendeciré, te guiaré y te dirigiré a un lugar que nunca imaginaste.”

El lugar a donde Dios quería dirigir a Abraham es el lugar donde él quiere llevar a cada miembro del cuerpo de Cristo. Abraham es lo que la Biblia llama un “hombre de modelo”, alguien que sirve como ejemplo de cómo caminar delante del Señor. El ejemplo de Abraham nos muestra lo que es requerido de todos los que buscan agradar a Dios.

No se equivoque, Abraham no era un hombre joven cuando Dios lo llamó a hacer éste compromiso. Probablemente había puesto en marcha planes para proveer para el futuro de su familia, así que debería de estar preocupado sobre muchas consideraciones mientras él sopesaba el llamado de Dios. Sin embargo, Abraham “le creyó a Dios; y (Dios) se lo contó por justicia” (Génesis 15:6)

El Apóstol Pablo nos dice que todos los que creen y confían en Cristo son hijos de Abraham. Y así como Abraham, somos contados como justos por que obedecimos al mismo llamado de confiar todos nuestros mañanas en las manos del Señor.

Por: D.W.

jueves, 8 de octubre de 2009

Mas allá de lo que podamos ver


El Antiguo Testamento está repleto del poder milagroso de Dios, desde el cruce del Mar Rojo, vemos a Dios hablándole a Moisés desde una zarza ardiendo, hasta Elías invocando fuego del cielo. Todos estos milagros fueron instantáneos. La gente involucrada podía ver los milagros que estaban llevándose a cabo, podía sentirlos y estremecerse ante éstos. Y éstos, son los milagros que quisiéramos ver en nuestros días; milagros que causen el asombro y la perplejidad de todos. Queremos que Dios abra los cielos, descienda hacia nuestra situación y arregle las cosas con una explosión de poder celestial.

Pero, gran parte del poder para obrar maravillas que Dios tiene para con su pueblo, viene en la manera que llamamos “milagros progresivos”. Estos milagros son casi imperceptibles al ojo. No vienen acompañados de truenos, rayos o algún mover o cambio visible. Por el contrario, los milagros progresivos, comienzan de manera silenciosa, sin fanfarria, desplegándose lenta pero seguramente, paso a paso.

Ambos tipos de milagro, instantáneos y progresivos, sucedieron en las dos ocasiones en las que Jesús alimentó a las multitudes. Los milagros que Él hizo fueron inmediatos, visibles, fácilmente discernidos por todos los presentes. Pienso en el paralítico con su cuerpo inválido, quien súbitamente tuvo tal cambio físico exterior que pudo correr y saltar. Ese milagro tuvo que haber impactado y dejado perplejos a todos los que lo vieron.

Por otro lado, las alimentaciones que Cristo hizo fueron milagros progresivos. Jesús hizo una simple oración de bendición, sin fuego, truenos o terremotos. Él simplemente partió el pan y tomó los pescados, sin dar una sola señal ni ruido de que se estaba llevando a cabo un milagro. Sin embargo, para poder alimentar a tanta gente, tuvieron que haber partido el pan y los peces miles de veces a lo largo de todo el día. Y cada pedazo de pan y de pescado era parte del milagro.

Así es como Jesús hace muchos de sus milagros en la vida de sus hijos, hoy. Oramos por maravillas instantáneas, visibles, pero a menudo nuestro Señor está trabajando en silencio; logrando para nosotros un milagro, pieza por pieza, pedazo a pedazo. Quizás no podamos oírlo ni tocarlo, pero Él está obrando, dándole forma a nuestra liberación, mas allá de lo que podamos ver.

lunes, 5 de octubre de 2009

Pelea la Buena Batalla de la Fe



La fe constante sencillamente cree que Dios es un Dios soberano y amoroso que suplirá todo lo necesario para comprender la prueba y poder resistirla. Cualquiera que sea la prueba, puede creer que Dios la permitió para su propósito divino y para la madurez espiritual de usted


viernes, 2 de octubre de 2009

La forma de vida que busco esta en mi oracion

En el salmo 27, David le  ruega a Dios a través de una oración urgente. Implora en el verso 7: “Oye, oh Jehová, mi voz con que a ti clamo; ten misericordia de mí, y respóndeme”. Su oración está enfocada en un deseo, una ambición, algo que lo ha está consumiendo: “Una cosa he demandado a Jehová” (Salmos 27:4).


David testifica: “Tengo una oración, Señor, una petición. Es mi única meta, la más importante de mi vida, es aquello que deseo. Y lo buscaré con todo mi ser. Este único objetivo me consume”.


¿De qué se trataba esta “cosa” que David deseaba más que nada, aquel objetivo en el cual había fijado su corazón para alcanzarlo? Él nos lo dice: “Que esté yo en la casa de Jehová todos los días de mi vida, para contemplar la hermosura de Jehová y para inquirir en su templo” (Salmos 27:4).


David había probado todo lo que un hombre pudiera desear en su vida. Conoció las riquezas y la gloria, el poder y la autoridad. Contaba con el respeto, la alabanza y la adulación de los hombres. Dios le había dado Jerusalén como capital de su reino y estaba rodeado de hombres devotos, todos dispuestos a morir por él.


Más que nada, David era un adorador. Él un hombre de alabanza, que daba gracias a Dios por todas sus bendiciones. Él mismo lo testifica, diciendo: “El Señor derramó bendiciones delante de mí”.


David, de hecho estaba dando a entender: “Hay una forma de vivir que ahora busco, un lugar establecido en el Señor que anhela mi alma. Deseo tener una intimidad ininterrumpida con mi Dios”. Esto es lo que David quiso decir cuando oró: “Que esté yo en la casa de Jehová todos los días de mi vida, para contemplar la hermosura de Jehová y para inquirir en su templo” (Salmos 27:4).