jueves, 8 de octubre de 2009

Mas allá de lo que podamos ver


El Antiguo Testamento está repleto del poder milagroso de Dios, desde el cruce del Mar Rojo, vemos a Dios hablándole a Moisés desde una zarza ardiendo, hasta Elías invocando fuego del cielo. Todos estos milagros fueron instantáneos. La gente involucrada podía ver los milagros que estaban llevándose a cabo, podía sentirlos y estremecerse ante éstos. Y éstos, son los milagros que quisiéramos ver en nuestros días; milagros que causen el asombro y la perplejidad de todos. Queremos que Dios abra los cielos, descienda hacia nuestra situación y arregle las cosas con una explosión de poder celestial.

Pero, gran parte del poder para obrar maravillas que Dios tiene para con su pueblo, viene en la manera que llamamos “milagros progresivos”. Estos milagros son casi imperceptibles al ojo. No vienen acompañados de truenos, rayos o algún mover o cambio visible. Por el contrario, los milagros progresivos, comienzan de manera silenciosa, sin fanfarria, desplegándose lenta pero seguramente, paso a paso.

Ambos tipos de milagro, instantáneos y progresivos, sucedieron en las dos ocasiones en las que Jesús alimentó a las multitudes. Los milagros que Él hizo fueron inmediatos, visibles, fácilmente discernidos por todos los presentes. Pienso en el paralítico con su cuerpo inválido, quien súbitamente tuvo tal cambio físico exterior que pudo correr y saltar. Ese milagro tuvo que haber impactado y dejado perplejos a todos los que lo vieron.

Por otro lado, las alimentaciones que Cristo hizo fueron milagros progresivos. Jesús hizo una simple oración de bendición, sin fuego, truenos o terremotos. Él simplemente partió el pan y tomó los pescados, sin dar una sola señal ni ruido de que se estaba llevando a cabo un milagro. Sin embargo, para poder alimentar a tanta gente, tuvieron que haber partido el pan y los peces miles de veces a lo largo de todo el día. Y cada pedazo de pan y de pescado era parte del milagro.

Así es como Jesús hace muchos de sus milagros en la vida de sus hijos, hoy. Oramos por maravillas instantáneas, visibles, pero a menudo nuestro Señor está trabajando en silencio; logrando para nosotros un milagro, pieza por pieza, pedazo a pedazo. Quizás no podamos oírlo ni tocarlo, pero Él está obrando, dándole forma a nuestra liberación, mas allá de lo que podamos ver.

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